“Jehová no estaba en el viento… Jehová no estaba en el terremoto… Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego [vino] un silbo apacible y delicado... Y le dijo Jehová: …” - 1 Reyes 19:11,12,15
Por: Carlos Villamil
El Salmo 29:7,8,10 nos revela que Dios sí está presente y habla con voz potente mediante la tormenta, el terremoto y el fuego. Lo hace delante del mundo en general, o cuando tiene que mostrar juicio. Sin embargo, en Sal. 29:11 puntualiza: “Jehová bendecirá a su pueblo con paz”. Es evidente que a los Suyos les habla con un susurro suave, trayendo paz a su alterado corazón. El Señor no habló con un silbo apacible y delicado a Acab, ni a Jezabel, pero sí habla así a alguien que le teme.
Los cristianos del presente siglo nos enfrentamos a un desafío muy grande: escuchar el “silbo apacible y delicado” del Señor en medio de mucho ruido, de notificaciones permanentes de las redes sociales, de cataratas de información, de muchos videos, fotos, mensajes, etc. ¿Será posible escucharlo? ¡Qué gracia que el Señor muchas veces se hace oír de nosotros, a pesar de todo esto! Sin embargo, es claro que es una necesidad prioritaria encontrar momentos de silencio y quietud en los que podamos escuchar las preguntas y respuestas del Señor (1 R. 19:9-18). De otra manera, podríamos quedarnos sin Sus maravillosas comunicaciones.
En armonía con el silbo suave, la metodología del Señor con el profeta es tierna, cosa escasa en este mundo. Hace que Elías se desahogue. Le ayuda con pacientes preguntas. Hubiera sido imposible escucharle, y orar a Él en respuesta, en medio del ruido de la ciudad de Jezreel. Quizá por eso permitió la fiera amenaza de Jezabel a Elías, para que él huyera a un lugar desierto donde pudiera hablarle. Es posible que el Señor tenga que usar enfermedades, duelos o confinamientos para que le podamos escuchar, si es que no tenemos el hábito de encontrarle en el silencio.
Hay dos verdades que debemos tener en cuenta: La primera, que Dios no cambia su manera de hablar (por toda la Biblia le vemos hablar y actuar como lo hizo con Elías). La segunda, que el ritmo que seguía la formación del corazón humano en el tiempo de Jacob, es el mismo para nosotros hoy. Las velocidades vertiginosas de internet y de las comunicaciones actuales no han alterado para nada ese ritmo. No es posible orar o meditar con un clic. Tampoco comprender una verdad o cambiar un hábito en un día. No se puede recibir preparación para el servicio en forma instantánea. Todos esos procesos toman el mismo tiempo de siempre.
Con su voz apacible el Señor comunicó a Elías que aun no era tiempo de marchar a Su presencia, y que él tenía una tarea qué cumplir aún. Tranquiliza su corazón revelándole que hay otros siete mil que temen a Dios como él. La pregunta surge: ¿Qué tiene el Señor para comunicarme a mí en los próximos días?
Los cristianos del presente siglo nos enfrentamos a un desafío muy grande: escuchar el “silbo apacible y delicado” del Señor en medio de mucho ruido, de notificaciones permanentes de las redes sociales, de cataratas de información, de muchos videos, fotos, mensajes, etc. ¿Será posible escucharlo? ¡Qué gracia que el Señor muchas veces se hace oír de nosotros, a pesar de todo esto! Sin embargo, es claro que es una necesidad prioritaria encontrar momentos de silencio y quietud en los que podamos escuchar las preguntas y respuestas del Señor (1 R. 19:9-18). De otra manera, podríamos quedarnos sin Sus maravillosas comunicaciones.
En armonía con el silbo suave, la metodología del Señor con el profeta es tierna, cosa escasa en este mundo. Hace que Elías se desahogue. Le ayuda con pacientes preguntas. Hubiera sido imposible escucharle, y orar a Él en respuesta, en medio del ruido de la ciudad de Jezreel. Quizá por eso permitió la fiera amenaza de Jezabel a Elías, para que él huyera a un lugar desierto donde pudiera hablarle. Es posible que el Señor tenga que usar enfermedades, duelos o confinamientos para que le podamos escuchar, si es que no tenemos el hábito de encontrarle en el silencio.
Hay dos verdades que debemos tener en cuenta: La primera, que Dios no cambia su manera de hablar (por toda la Biblia le vemos hablar y actuar como lo hizo con Elías). La segunda, que el ritmo que seguía la formación del corazón humano en el tiempo de Jacob, es el mismo para nosotros hoy. Las velocidades vertiginosas de internet y de las comunicaciones actuales no han alterado para nada ese ritmo. No es posible orar o meditar con un clic. Tampoco comprender una verdad o cambiar un hábito en un día. No se puede recibir preparación para el servicio en forma instantánea. Todos esos procesos toman el mismo tiempo de siempre.
Con su voz apacible el Señor comunicó a Elías que aun no era tiempo de marchar a Su presencia, y que él tenía una tarea qué cumplir aún. Tranquiliza su corazón revelándole que hay otros siete mil que temen a Dios como él. La pregunta surge: ¿Qué tiene el Señor para comunicarme a mí en los próximos días?